Friday, January 04, 2008

Periodiquito 36 EXTRA (diciembre 2005)



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MEJOR VOY SIN LLAMAR

Por: Gabriel Castillo-Herrera.

Víctor Trujillo (ex - Brozo), en su programa televisivo matutino, tiene una sección en la que invitan a ”opine, nosotros vamos...”. Como soy un perfecto metiche, cada mes (aproximadamente) voy, vía internet, aunque no me inviten, ya que este periodiquito es un invasor de intimidades cibernéticas.

Me ha llamado mucho la atención su insistencia en mencionar que el próximo gobierno tendrá que hacer lo que hoy la oposición en el Congreso, se niega a hacer: “...las reformas que el país requiere”, con el argumento de que México tiene que insertarse en la Globalización, en el mundo moderno y paparruchas similares que resuenan en boca de panistas, ciertos empresarios, analistas y del propio Presidente Fox. Asimismo, iafirma –cuando su interlocutor invitado se presta a ello, lo que se ha convertido en constante- que Felipe Calderón es quien se encuentra dispuesto de inicio a llevar a cabo dichas reformas (por ende ostentaría la visión clara, moderna), que Roberto Madrazo es el indeciso y López Obrador es quien se muestra más reacio a llevarlas a cabo. El primero –según sus palabras ante Denisse Dresser (¿así se escribe?)- es lo blanco (¡Inmaculada Concepción!), Don Gangster el gris y López Obrador el negro (¡Dios nos guarde!). Feli-pillo, el cambio; Roberto, el seguir igual; Andrés, ¡Jesús el Nazareno!, el negro pasado.

“¡Viva la modernidad!”. ¡Lástima que ese haya sido el grito de quienes intentaron –a lo largo de la historia de nuestro país-sabotear los verdaderos cambios sociales y recuperar las posiciones perdidas en lo económico y político!, (que no es sino una expresión de intereses económicos). Fue el canto de los iturbidistas. El mismo de quienes, además, gritaban “¡Religión y fueros!”. El mismo de quienes trajeron a un príncipe europeo. El mismo de los porfiristas y sus “científicos” (¿tecnócratas?). El mismo de los alemanistas corruptos. El mismo de quienes propugnaban por un “liberalismo social”. El mismo de quienes, hoy, piden la privatización de PEMEX, CFE y el IMSS; ni más ni menos que las instituciones que nos dieron (las dos primeras) la posibilidad de una verdadera Independencia y (la tercera) un instrumento para distribución de la riqueza nacional. Equivaldría, ni más ni menos, que a privatizar el Estado Mexicano; poner el Estado (como sucede en EU’s) al servicio de los grandes intereses económicos de los señores del dinero locales y del extranjero. ¡Ah!, ¡pero hay que ser modernos, son los costos de la globalización!

No hay peor ceguera que la que se produce por taparse los ojos. La Revolución, en México, se llevó a cabo en virtud de que el 80 % de la población vivía en el campo y la economía del país era eminentemente agraria. Pero de ese porcentaje la inmensa mayoría vivía en condiciones, ya no precarias, sino miserables y de cuasi esclavitud, mientras que una minoría vivía en las ciudades con niveles de vida equiparables a los grandes potentados comerciantes e industriales europeos.

No se trataba de solucionar un problema de injusticia o de moralidad, sino de la propia viabilidad de Nación. (Sólo hay que recordar que los grandes imperios de la antigüedad fenecieron por los embates de culturas menos desarrolladas después de debilitarse por descontento interno -o insurrecciones- al no haber podido solucionar situaciones similares, a la del México pre revolucionario, dentro de sus propios límites y zonas de influencia). El reparto de la tierra fue la forma de remediar el descontento generalizado y el hambre de una inmensa población liberada –en el sentido más amplio de la palabra- de las haciendas. Hoy se dirá, bajo el criterio más obtuso, que ello sólo sirvió para fomentar el minifundio que -en muchos casos- únicamente satisfacía el autoconsumo, no estaba destinado al mercado; pero por muchos años, y generaciones enteras, solucionó el gravísimo problema de cómo dar ocupación y medios de vida a grandísimos sectores de masas depauperadas. Fue una necesidad.

Los “modernizadores” gobiernos pos revolucionarios prefirieron olvidar la economía agrícola (en un país eminentemente agrícola) y se enfocaron a desarrollar los otros sectores en vez de fomentar, a la par, la agroindustria mediante créditos sustanciosos y el reordenamiento de la propiedad agrícola mediante colectivización de la tierra (¡Huy el coco comunista!) A fin de cuentas, creyeron, el problema del campo ya no era tan problema: el minifundio daba de comer a su poseedor; y otros, más afortunados, tenían acceso al mercado; daban de comer a la sociedad.

México se fue convirtiendo, paulatinamente, en un país con una economía industrial, comercial y de servicios. El campo, en competencia dispareja con el desarrollo de una economía citadina, fue perdiendo mano de obra. Sucedieron las primeras emigraciones: los jóvenes se alejaban de las formas de vida de sus padres para irse a las ciudades en calidad de proletarios (en el sentido clásico: no tenían más que su fuerza de trabajo para emplearse en lo que fuera); y otros, con mejores posibilidades, se iban a estudiar para no volver jamás a sus lugares de origen ni, mucho menos, a la ocupación de sus padres.

Aún hoy, la población del campo es del 20 % de la total nacional (¡Son un chingo!). Sólo que, gracias a las reformas a la Constitución y al Tratado de Libre Comercio conceptuados, desarrollados, pactados, fomentados y publicitados como panaceas durante los periodos presidenciales de Salinas, Zedillo y Fox (un trío muy moderno) un gran porcentaje vive una situación equiparable a la anterior a la Revolución: desposeídos, tratados como esclavos y hambrientos. ¡Cuánta modernidad!

Desposeídos, porque se privilegió la “pequeña propiedad” en detrimento del ejido. Propiedad privada sobre usufructo. El dinero en manos de quien nunca lo ha tenido, difícilmente se conserva o se reproduce en capital, pues no es fácil desarrollar formas de vida diferentes a las que tradicionalmente se han llevado. Esclavizada, porque quienes no tuvieron más opción que convertirse en obreros agrícolas (los hay, hasta niños), al abandonar sus parcelas, laboran jornadas esclavizantes para el agricultor y no ganan sino una miseria con la que no sacian el hambre de sus familias y viven en condiciones como, antaño, en las haciendas.

Salinas de Gortari, muy moderno, creyó que en diez años iba a cambiar la estructura del país (claro, no tiene ni conciencia de lo que tardó en formarse ese tipo de vida: siglos) no posibilitó sino algo así como el minifundio global: el agricultor con posibilidades (el que puede competir de manera mínima contra la gran agroindustria y los monopolios comerciales norteamericanos que, además, son subsidiados por su gobierno) satisface solamente al autoconsumo (como nación) y un poco, muy poco, para el mercado externo Quienes no pueden competir –la mayoría- se han arruinado y, ante la pérdida de una forma de vida ancestral (que es lo que no entienden esos comentaristas y analistas retemodernos), se desprenden no sólo de su identidad como individuos, sino de la de generaciones enteras (para atrás y para delante, en el tiempo). Se van de ilegales a EU’s; y, como decíamos arriba, en el caso de los primeros emigrados a las ciudades, jamás volverán. Olvídense de las remesas cuando los viejos y mujeres que se quedaron en México se mueran. ¡Uta, cuánta belleza nos trae la Modernidad!


Hemos puesto el ejemplo del campo. Con eso bastaría; pero hay que dejárselo peladito y a la boca, a los monos de cilindrero del séquito modernizador.

¿Privatizar PEMEX que es la entidad económica que le ha dado de comer y posibilidades de desarrollarse, en todos sentidos, a México? ¿Por qué creen que el esquema impositivo vigente aplicado a la empresa fue diseñado de esa manera, sino como mecanismo para financiar el desarrollo de la economía en su conjunto? Otra cosa es que haya corrupción y se deje de lado la reinversión. En todo caso eso es lo que hay que cambiar. Privatizar PEMEX traería como consecuencia propiciar que toda la economía del país caiga en una situación similar a la del campo, sólo que en grado superlativo. Como dije arriba, va en juego la propia viabilidad como nación. ¡Ah!, pero ¡qué modernos seríamos! Qué pronto se les olvidó que PEMEX estuvo alguna vez en manos extranjeras y los problemas sociales que ello trajo como consecuencia! Por algo se nacionalizó. Hoy sería peor: entonces existía mucho combustible en los mercados internacionales; hoy no; y para dentro de 20 años, menos. Hoy, muchos países de Centroamérica se ven en la disyuntiva de no crecer (ya no desarrollarse) o de comprar petróleo para medio crecer, -gran parte de su producto interno bruto lo gastan en adquirir el energético de otros países- hipotecando su propio futuro. ¿Eso quieren los modernizadores para México?

Avanzar hacia el futuro tercamente aún a costa de estrellarse contra la pared no es ser moderno, es ser necio. Retomar lo bueno del pasado como táctica para avanzar, por otro camino, es ser inteligente y verdaderamente moderno, actual, revolucionario (¡Ay, nanita!).

La globalización como tal, es algo que no se puede detener, pues forma parte del desarrollo histórico del capitalismo. No hay para dónde hacerse. Los mercados, como en otras etapas del desarrollo del sistema, se tienen que abrir. Pero no en forma indiscriminada (como se hizo con el campo) con naciones y en sectores en los que -se masculle lo que sea- no se puede competir. Vale más hacer comercio con economías afines. (Cfr. Calvo Adame, Efrén I. “Cuba. Un Mercado Apetecible”)

Desde esa perspectiva, y con apego a la observación de la historia, sólo hay de dos sopas:
1.- Somos “blancos” y modernos (¡Ah!, y del “México ganador”, que no lo es tanto porque crece al 0 %, esto es, no crece). Partidarios y corifeos del libre comercio en Norteamérica..

2.- Somos “negros”, “populistas” y volvemos a un “México del pasado” (en el que se crecía al 6 %). No nos caen bien los tratados, con apertura indiscriminada, de libre comercio con los poderosos.

O, mal (que no “bien”), una vuelta al maximato: el salinista.

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